Para hablar de Neil Young hay que hablar de la historia del rock, y para eso es necesario meterse primero en harina.
¿Saben ustedes cómo se prepara la masa de unas croquetas? ¿Y una salsa bechamel? Pues básicamente de la misma forma y como se cocinan todos los platos del mundo: a base de pizcas, poquitos y briznas.
Uno derrite en un cazo una pizca de mantequilla, añade un poquito de harina con una brizna de sal y por último agrega la leche, con cuidado y removiendo al mismo tiempo hasta alcanzar la textura deseada.
Et voilà! Si la mezcla tiene mucha leche y poca harina, será una bechamel. Si es al contrario, será una masa para croquetas esperando al ingrediente principal.
Esta operación, de sencilla factura, siempre me ha parecido no obstante un verdadero prodigio de la alquimia. La aleación, como por arte de magia, será una cosa o será otra muy distinta dependiendo únicamente de la cantidad de cada elemento que se haya añadido. A pesar de consistir esencialmente en lo mismo, el resultado será diferente en función de las medidas, lo cual ―ya que estamos bien enharinados― se asemeja bastante al modo en que se originó y ha ido mutando con el tiempo el viejo y veleidoso rock and roll.
A grandes rasgos, el rock es un matrimonio forzado entre la música tradicional de los blancos colonos británicos instalados en Norteamérica desde el siglo XVII y los cánticos de los negros esclavos subsaharianos que aquellos utilizaban para explotar sus plantaciones de tabaco, arroz y algodón. De una primera aproximación entre ambos bandos y debido al natural contagio entre las baladas escocesas e irlandesas y los ritmos y canciones africanas de oración y de trabajo, surgieron tanto el blues como el hillbilly, que continuaron acercándose y enriqueciéndose mutuamente de forma gradual, dando origen a fusiones y nuevos géneros musicales tan diferentes como mayor era el peso que en ellos tenían África o Gran Bretaña. Bechamel y masa para croquetas.
Con los años, el influjo de las melodías y armonías europeas fue dirigiendo cada vez más al blues hacia el boogie-woogie y el rock and roll, mientras en el otro extremo, el hillbilly también adaptaba sus ritmos a los importados por los antiguos esclavos y se convertía así en el reluciente country, dotando a toda una nación necesitada de una cultura musical propia de su particular y genuino folk. Que, por supuesto, ni era tan particular ni era tan genuino.
Más adelante, la orientación de ese género hacia arreglos y ritmos típicos del rock, el desarrollo de soberbias armonías vocales e instrumentales y la incorporación de sonidos llegados del otro lado del Atlántico de la mano del merseybeat y la British Invasion ―y entre los que destaca la influencia de la Rickenbacker de doce cuerdas que George Harrison utilizó entre el disco A Hard Day’s Night y el Rubber Soul― derivaron en una nueva fusión denominada folk rock que, además de contribuir de modo recíproco a la evolución del rock que se venía haciendo en Gran Bretaña, estableció el punto de encuentro más próximo y estable entre los dos orígenes musicales de todo este proceso de evolución y asociación en que consistió la génesis de la historia del rock.
Y a partir de aquí, cada cual con su receta. Más leche o más harina. Eso es todo. Y consecuentemente, los inevitables préstamos entre géneros acólitos del rock que provocaron una contaminación estilística a mediados de los 60 que, con efectos positivos en algunos casos y no tanto en otros, todavía continúa vigente en la segunda década del nuevo milenio impidiendo la categorización absoluta e incuestionable. Lo cual, para los que todavía disfrutamos discutiendo inútilmente sobre música en las barras de los bares, es de agradecer.
No quiere esto decir, en cualquier caso, que en la valoración de una banda pueda establecerse una relación directa entre calidad y fidelidad a la pureza de un estilo determinado. La ortodoxia, por fortuna, no es reconocida como mérito en ese enorme cajón de sastre que es el rock. Es cierto que sería temerario no defender, por ejemplo, los álbumes Bringing It All Back Home, Highway 61 Revisited y Blonde on Blonde de Bob Dylan y Mr. Tambourine Man, Turn! Turn! Turn! y Fifth Dimension de The Byrds como los ejercicios más pulcros y equilibrados de folk rock que se llevaron a cabo en su momento, y sin embargo yo soy de los que opina que, a pesar de ello, el género alcanzó sus más altas cotas con las composiciones de un hombre que jamás halló ese equilibrio pero supo exprimir con maestría toda una región sin dueño situada en algún punto entre el folk y el propio folk rock.
Porque ese es precisamente el auténtico hábitat natural de Neil Percival Young, a pesar de las múltiples versiones de sí mismo que el canadiense nos ha brindado en medio siglo de carrera musical ―que se dice pronto―. No importa cuántas veces se haya escorado hacia el country, ensuciado su sonido adelantándose acaso al grunge o atacado sin miramientos el hard rock. El corazón de su estilo, con una dosis mayor o menor de rock según la ocasión, se ubica en esa frontera en la que el folk rock pasa a ser simplemente folk y viceversa. Entre la bechamel y las croquetas.
Y el disco que mejor resume y condensa esa tendencia, la imprescindible Piedra de Rosetta en la que se articula toda su obra independientemente de cuál nos guste más o parezca mejor a cada uno, es sin duda alguna Harvest (1972), su cuarto disco de estudio en solitario y octavo en total hasta entonces, sumando los tres que había grabado con Buffalo Springfield y el célebre Déjà Vu (1970) con el supergrupo Crosby, Stills, Nash & Young, junto a los cuales había editado además un álbum en directo justamente el año anterior a la publicación de Harvest llamado 4 Way Street y algún single inédito como el fantástico Ohio en 1970.
Recuerdo que el primer disco de Neil Young que escuché en mi vida fue Rust Never Sleeps (1979) y recuerdo que no supe muy bien cómo encajarlo. El track listing se deslizaba aleatoriamente entre los diferentes géneros que he mencionado antes, y mi oído inmaduro entendió aquello como una total ausencia de criterio. Un álbum no podía prometer la suavidad de My My, Hey Hey (Out of the Blue)en su primer corte e ir deformándose hasta finalizar con una estridencia como Hey Hey, My My (Into the Black) sin que un chaval como yo considerase seriamente la posibilidad de que aquellos tales Crazy Horse ―el grupo que servía de banda de apoyo en algunos discos en solitario de Young como Everybody Knows This Is Nowhere (1969), Zuma (1975) o el propio Rust Never Sleeps― hubiesen elegido ese nombre con razón y estuviesen efectivamente locos. Aquel primer acercamiento me dejó bastante frío, y hubieron de pasar algunos años hasta que concedí a Neil Young una segunda oportunidad.
Y menos mal que lo hice, porque hoy en día es uno de mis músicos favoritos. No cabe duda de que la historia de nuestra reconciliación es irrelevante aquí y ahora, pero para entender hasta qué punto efectivamente se produjo, baste mencionar que actualmente no hay semana que no escuche al menos un par de veces After the Gold Rush (1970) ―que es mi preferido― y que mi reacción al entrar en cualquier local en el que esté sonando alguna de las canciones del disco sobre el que versa este artículo es siempre asentir automáticamente y pensar con admiración “joder, el puto Harvest de Neil Young”, resaltando fingidamente su valor como si no fuese de por sí un álbum único.
Desglosémoslo.
Out on the Weekend
“She got pictures on the wall; they make me look up from her big brass bed. Now I’m running down the road trying to stay up somewhere in her head”
El disco abre con una canción que delimita perfectamente esa zona de confort en la que se mueven las composiciones de Young, con elementos propios del rock como el ritmo y la instrumentación y una profunda base country que lo acercaría definitivamente al más puro folk rock de no ser por la ausencia de armonías vocales y la sustitución de las limpias guitarras eléctricas características de ese género por una acústica acompañada de un perezoso y permanente sonido de slide, tan solo interrumpido ocasionalmente por una lánguida armónica, instrumento recurrente en el Neil Young de entonces.
En pocas palabras, en Out on the Weekend hace lo que mejor se le da.
Harvest
“Did she wake you up to tell you that it was only a change of plan? Dream up, dream up… Let me fill your cup with the promise of a man”
El segundo corte del álbum es una de esas canciones típicamente country por las que el incauto de Rodrigo de Luis, que divide sus oídos entre John Lennon y Giuseppe Verdi, ha terminando denominando a Neil Young como “el vaquero cansino”.
Sobre un compás de 2/4 al uso y con el piano y una pedal steel guitar como instrumentos más destacables, a primera vista se sugiere la historia de un amor imposible entre un chico y una chica debido a la oposición de la madre de esta a la relación, pero también hay quien piensa que en realidad Young habla en Harvest de los embarazos adolescentes o incluso del lesbianismo en la América más intransigente. Chi lo sa…
A Man Needs a Maid
“It’s hard to make that change when life and love turn strange… and old”
Por primera vez en el disco, Neil Young abandona a Neil Young y firma una triste balada a la que se encarga de dar forma la Orquesta Sinfónica de Londres.
En primera persona, un hombre aparentemente anciano y solitario divaga sobre la necesidad de encontrar una sirvienta que mantenga su casa limpia, le prepare la comida y se vaya. Al contrario de lo que se ha escrito sobre la frivolidad de esta canción, en ella Young habla de lo terriblemente engañosa que puede ser la soledad que nace del dolor y la pena, capaz de convencer a quien está sumido en ella de que permanecer al margen del mundo y no comprometerse con nadie es la única forma de no volver a sufrir.
“When will I see you again?”, pregunta en dos ocasiones aisladas la persona que nos habla sin dirigirse a ningún interlocutor en concreto, quizá recordando a un ser amado a quien extraña tanto que, en su pesar, se niega a tener que perder para siempre a nadie más y se conforma con alguien que le ayude en su vejez sin establecer vínculo afectivo alguno.
A Man Needs a Maid es el duro y amargo relato de los miedos y el dolor de quien espera la muerte en soledad, magistralmente convertido en canción y fantásticamente orquestado. Personalmente, de mis favoritas.
Heart of Gold
“It’s these expressions I never give that keep me searching for a heart of gold. And I’m getting old”
El hit. El número uno indiscutible. En todo disco que se precie de estar entre los mejores de la historia tiene que haber alguno.
Como en la mayoría de los temas del disco, la banda de apoyo en este caso fue The Stray Gators, un grupo ad hoc formado por varios músicos seleccionados prácticamente al azar el mismo día que comenzaron a grabar. Neil había actuado en el show de Johnny Cash con Linda Ronstadt y James Taylor, y el productor Elliot Mazer, allí presente, no dudó en convencerle de que probase las bondades de su estudio. Satisfecho con la visita, Young decidió empezar a grabar su siguiente disco esa misma tarde.
Uno de los resultados de la colaboración de todos los mencionados fue precisamente este Heart of Gold en el que Taylor y Ronstadt prestan sus voces en los coros, The Stray Gators se encargan de la batería, el bajo y la pedal steel guitar y Neil Young de la voz principal, la guitarra y la armónica, conformando una pieza de nuevo a medio camino entre el country y el folk rock que Dylan confesó detestar años más tarde por lo mucho que le recordaba a él mismo. “If it sounds like me, it should as well be me”, declaró.
Are You Ready for the Country?
“I was talkin’ to the preacher; said God was on my side. Then I ran into the hangman; he said it’s time to die. You gotta tell your story boy, you know the reason why”
Por el título de la canción podríamos pensar que “el vaquero cansino” ataca de nuevo al final de la cara A del disco, pero lo cierto es que no. O al menos no exactamente.
En realidad, en Are You Ready for the Country? se esconde un blues típico de pregunta/respuesta trasladado por Young mediante la acomodación del ritmo y la armonía a ese otro lado del terreno de juego próximo al rock y el folk donde él se mueve como nadie.
Hacer referencia al country en el título del tema, por lo tanto, no es un acto del todo tramposo, si bien la pregunta peca un poco de capciosa. Qué diablillo es este Neil…
Old Man
“Old man, look at my life, I’m a lot like you were”
Mi canción preferida del disco. La base rítmica formada por la batería y el bajo la dotan de los cimientos necesarios para ser una canción de rock y las armonías vocales del estribillo la asemejan a un buen número de ejemplos históricos de folk rock. Sin embargo, el alma sureña de la melodía de la voz principal, la pedal steel guitar fraseando en la segunda estrofa y la entrada del banjo de James Taylor en los estribillos hacen inevitable clasificarla como tal.
Volvemos a lo de siempre. Demasiado folk para ser folk rock, demasiado folk rock para ser folk. De nuevo aparece esa receta que Young dominaba a la perfección y a la que jamás quiso renunciar, se escorase hacia donde se escorase el tema. Obstinación que, de hecho, llegó a causarle algún que otro problema cuando colaboraba con otros músicos en la composición conjunta de canciones.
Es célebre su enfrentamiento por ese motivo con Stephen Stills desde que ambos militaban en Crosby, Stills, Nash & Young. Antes de la incorporación de este último, el trío se hallaba en un perfecto equilibrio creativo que cristalizaba en auténticas joyas de folk rock. David Crosby aportaba el dominio de la armonía en el folk que venía demostrando en The Byrds, Graham Nash el rejuvenecido sonido británico latente en The Hollies y Stills el necesario contrapeso de un espíritu rock más evidente. Con el ingreso de Young en el supergrupo, el estilo del mismo comenzó a inclinarse hacia el country más de lo que a Stills hacía gracia, lo que unido a las batallas de ambos en el pasado por el control creativo de Buffalo Springfield derivó en el enfado y la irritación de Stephen Stills, quien desde entonces comenzó a definir a Neil Young ―y cito de memoria― como “un tío que pretende hacer folk en una banda de rock”.
Pero volviendo a Old Man y al margen de la valoración que cada uno realice sobre Young como músico, permítanme la licencia de señalar que, en mi opinión, es un señor temazo. Y punto.
There’s a World
“There’s a world you’re living in. No one else has your part. All God’s children in the wind take it in and blow hard”
De igual forma que en todo buen disco hay un hit, en todo buen disco hay “la peor del disco”. Es una simple cuestión de estadística, y en este caso le ha tocado a There’s a World.
El trabajo desarrollado por la Orquesta Sinfónica de Londres y el esfuerzo de Young en dotar al tema de un cierto aire épico no son suficientes. Cuando no hay leña no hay hoguera, y me temo que aquí no hay mucho que quemar.
Repetir hasta la saciedad el patrón melódico es, además, un recurso que solo funciona bien cuando la canción es brillante, y esta no lo es. Lejos de mejorarla, la convierte en aburrida.
Es la peor del disco. Y ya que alguna tenía que serlo, que lo sea con razón.
Alabama
“Alabama, you got the weight on your shoulders that’s breaking your back. Your Cadillac has got a wheel in the ditch and a wheel on the track”
En ese habitual baile a la derecha y a la izquierda del folk rock que casi siempre cae del lado del folk, esta vez ha salido victorioso el rock. Ese rock sucio y a veces incómodo que ha granjeado a Young el apodo de “Padrino del grunge” y que en cualquier caso jamás pierde de vista el Sur.
Un Sur que es precisamente el protagonista de Alabama. Young censura sin reservas los valores de la región estadounidense conocida como el Cinturón de la Biblia ―representada aquí por el Estado de Alabama― donde el puritanismo, la homofobia, el fundamentalismo religioso y el racismo son los ingredientes principales de un indigesto caldo con sabor a rancio.
Algo muy similar a lo que ya había hecho con la fantástica Southern Man dos años antes en After the Gold Rush ―coincidencia temática que sirvió de argumento a muchos para considerar a una como un mero refrito de la otra―. La consecuencia más notable de la reprobación de los principios morales del Sur estadounidense por parte de un canadiense fue la defensa a ultranza de su región que hicieron Lynyrd Skynyrd con forma de canción a modo de respuesta a Young: Sweet Home Alabama.
The Needle and the Damage Done
“I hit the city and I lost my band. I watched the needle take another man. Gone, gone, the damage done”
Puro folk americano. Sin metáforas ni subterfugios, con un lenguaje desnudo, directo y crudo, Young habla de los hombres que a pesar de su juventud ha visto descender a los infiernos y finalmente morir debido a su adicción a la heroína. Y lo hace a raíz de la muerte de su amigo Danny Whitten, guitarrista de Crazy Horse. Un hecho que lo dejó profundamente marcado.
Grabada en directo el 30 de enero de 1971 en el Royce Hall de la Universidad de California en Los Ángeles, la ausencia de edición en estudio da una idea de la maestría de Neil con la guitarra acústica como instrumento rítmico.
Una maravilla de canción.
Words (Between the Lines of Age)
“Out in the fields they were turning the soil. I’m sitting here hoping this water will boil”
No se me ocurre mejor forma de terminar este discazo que con una triste balada de auténtico folk rock en la que Young, de forma dramática y netamente poética, reflexiona con melancolía sobre la esterilidad de su vida como músico de rock en comparación con la de aquellos para los que el trabajo y el esfuerzo tienen un significado real y verdadero. Se pregunta con miedo si habría sido capaz de ser cualquier otra persona de no haber sido él mismo y se sorprende de que el admirado sea precisamente él, cuando lo único a lo que se dedica es a cantar palabras vacías mientras los años continúan pasando de forma inclemente.
La forma en que se acoplan entre sí las diferentes voces, los arpegios de piano, las transiciones entre compases de 6/8 y 5/8 en las partes instrumentales que desembocan en un 4/4 al regreso de la voz principal, la estridencia de la guitarra eléctrica, la temática elegida… Words tiene algo de mágico que impide que uno pueda escucharla con indiferencia y lejanía. Es probablemente una de las mejores canciones de Young y el broche perfecto para el álbum que todo aquel que quiera conocer las claves para acercarse sin recelo a su discografía debería escuchar.
Lo cual, si me aceptan el consejo, debería hacer todo el mundo, ya que por algo es uno de los músicos más influyentes de la historia del rock. Las bandas que le rinden homenaje se cuentan por cientos y hoy en día sería imposible entender la música sin Neil Young. Su único problema, a estas alturas, es que su corazón sigue latiendo. Al igual que ocurre con otros genios como Paul McCartney, David Bowie o Ray Davies, no haber muerto es lo único que le distancia de la leyenda. Pero por fortuna, una cosa es el mito y otra su obra, y los que disfrutamos de sus canciones nos alegramos de que siga escribiéndolas. Porque mientras siga publicando discos, seguirá aumentando su legado y dejando para la historia ejemplos de talento tan sobresalientes como el que hoy nos ocupa: el puto Harvest de Neil Young.